Tengo usuarios de todo tipo. Algunos me cocinan bizcochos cuando los visito, otros se saben mi vida (y yo la suya), unos cuantos se frotan las manos cuando me ven y sacan su lista de peticiones, con otros hay una relación distante pero profesional, y alguno excepcionalmente me pincharía las ruedas del coche. No iba a ser todo perfecto, el exceso de happycidad es aburrido.

La cosa suele comenzar bien, se parte de una hoja en blanco. Con el tiempo, se entremezclan los roles profesionales y las vidas, y la mezcla de ambas facetas genera unas u otras relaciones. En cientos de ocasiones he recordado que aunque soy ingeniera, mi trabajo tiene una carga muy importante de psicología y relaciones humanas.

De hecho, en esencia nuestros servicios son B2P (Business To Person). Hasta que nuestros usuarios sean directamente robots, momento en que serán B2R. Para entonces, confío en estar jubilada, auditando obras a pie de calle.

Así que la experiencia me indica que debo reconocer el terreno en cuanto lo piso, y tiendo a identificar mentalmente a los usuarios de mis proyectos en función de la capacidad que tienen (conocimientos, experiencia, habilidades personales y, muy importante, disponibilidad de tiempo) y el interés que demuestran en el éxito global del proyecto (posición frente al cambio, búsqueda de evolución, crecimiento profesional y personal)

Lo ideal sería un tránsito en el sentido de las flechas, hacia el bloque verde, ¿no? La receta para conseguirlo es compleja: un mix de inversión en tiempo, paciencia, dedicación, formación, reasignación de tareas…

Pero a menudo los malditos Gantts obligan a saltarse todo eso.

[Continua en próximo capítulo]