Reunión de crisis. Orejas tiesas, miradas nerviosas, ruido de saliva al tragar. Todos a la salita, que tenemos que hablar. Ni Halloween ni hostias, es un martes cualquiera.

En esa época, Marisa apenas contaba con 24 años, así que iba la última por la cola, libretica en mano. Como si hubiese que apuntar algo, qué inocente.

Toma la palabra el JP, Jefe de Proyecto: que si vamos muy justos, que si el cliente exige adelantar los plazos, que si PIM, que si PAM, que si PUM. Nadie escucha con excesivo interés, ya conocen ese speech, random pressing, y lo único que esperan son las conclusiones: Las valiosas decisiones que habrá tomado el JP, como buen JP que es, y que probablemente demuestren la búsqueda de un equilibrio, la redefinición de los alcances, la negociación de los términos.

Nada más lejos de la realidad. La postura del JP se expresa alta y clara, con la frase que pronuncia:

                                                                                     “Se va a acabar eso de salir a las 9 (de la noche)”

Esa frase sería maravillosa si indicase que pretendía abolir las horas extra, apostar por una mayor productividad y aumentar la conciliación laboral.

Pero no. NO. Toda la plantilla YA estaba saliendo a las 9 de la noche todos los días. Jornadas de 12h de Lunes a Viernes. Así que lo que siguió a la frasecita de marras fue que las jornadas se comenzaron a alargar hasta la 1AM, las 3 AM, las 4AM… Efectivamente, se acabó eso de salir a las 9. Encerrada en una cárcel acristalada.

Durante semanas, la vida de Marisa se redujo a jornadas maratonianas, pizza gratis y taxi a casa. Fines de semana para dormir y recuperarse para la siguiente semana. Se cumplió el hito 1 y la mayoría del hito 2. Y a la altura del hito 3, parte del equipo se declaró en rebeldía hasta que el JP entró en razón. La maldita realidad, que siempre acaba por imponer su equilibrio.

[Continúa en el próximo capítulo]